Cierro los ojos y puedo sentir tus palabras enterrándose en mi alma, los abro porque ya no puedo seguir soportando tanto dolor, aun sabiendo que no es real siento tu cuchillo en mi corazón.
Vuelvo a cerrar los ojos, siempre fui una masoquista, me encantaba creer que me amabas, me encantaba escribir tus diálogos en mi cabeza, me encantaba humedecer tus besos, y lo que más me encantaba era despertar y sentir tus huesos, tu frialdad, tu carencia de diálogo, tu seriedad, tu forma de ser tan engreída.
Sé lo que hice mal, no tratarte con desprecio, con ese desprecio con el que me tratabas, porque yo me conformaba con las migajas de tu amor, con las yemas de tus dedos, con el rose de tu pecho; sé que estuvo mal que te diera mi vida cuando tu no me dabas ni tu sonrisa, sé que estuvo mal entregarte mis poemas cuando ni veías las películas.
Es que como evitar a amar a alguien tan perfecto como tu, a alguien que, físicamente lo tiene todo, a alguien que si quisiera podría salvar vidas literarias, pero tu no, tu jamás habrías salvado mi vida literaria, ni mucho menos mi alma, si por ti fuera la habrías tirado del precipicio de tu egocentrismo, la abrías masacrado y tirado, para que nadie la reconociera nunca más, para que ni yo la pudiera reconocer.
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